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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 37: Impacto generacional


Siempre me ha costado entender el concepto de generación. No tengo muy claro cuándo empieza una y termina la otra. ¿A quién considero dentro de mi generación? ¿a los que están entre los 45 y los 55 años de edad? ¿entre los 40 y los 60? ¿entre los 35 y los 65? ¿Cuántas generaciones están conviviendo a la vez? ¿Son tres, cuatro, cinco…? Los límites no están claros, aunque todos tenemos una idea aproximada de quiénes forman parte de la nuestra.

Los expertos en marketing, sin embargo, se han esforzado en los últimos tiempos en categorizar a la población en estamentos generacionales con características muy bien definidas. Así, tenemos los baby boomers (entre los que me incluyo), los millenials, la generación Z, la generación Y… Internet se ha llenado de documentos, estudios y análisis pretenciosos atribuyendo a estas generaciones características más o menos acertadas, pero siempre demasiado homogéneas como para ser ciertas.

La más graciosa (por no decir patética) de esas características uniformadoras era la que atribuía a los más jóvenes una aparente vocación de precariedad profesional. Pareciera como si el hecho de ir saltando de empleo en empleo y no acabar de aterrizar en ninguno fuese fruto de su interés por no tocar tierra y probar un poco de todo, y no de la realidad constatable de que el mercado de trabajo es un desastre y no les ofrece alternativa. Que yo me apuesto cualquier cosa a que, si encuestamos a un amplio grupo de jóvenes profesionales y les damos a elegir entre cambiar de empleo con contratos precarios cada año o tener un empleo fijo, con vacaciones aseguradas y cotizaciones regulares a la seguridad social, la segunda opción gana por goleada, por muy millenials, Zs, Xs o Ys que sean.

En todo caso, sí que veo (o entreveo) que la actual crisis del coronavirus está impactando de forma muy diferente a las distintas generaciones que componen nuestra sociedad. Simplificando en exceso, voy a considerar cuatro grupos principales (pero no cometeré el error de poner fechas o edades fijas a estos grupos, solo indicaciones orientativas). Así, tenemos el grupo de los niños, adolescentes y estudiantes en general, luego el grupo que llamaré de los “jóvenes profesionales”, gente que ha estado o está en estos años abriéndose camino en el entorno laboral; en tercer lugar, estamos los ya asentados, es decir, profesionales maduros con una carrera construida. Y finalmente los mayores, personas jubiladas y algunas de ellas con suficientes años como para haber vivido la guerra civil y la posguerra.


Para todos es un trauma, pero con significados diferentes. A nadie se le escapa que para la generación más senior la cosa ha venido muy dura. Son los más vulnerables a la enfermedad, los que tienen más miedo, los que probablemente pasarán más tiempo confinados y sin poder ver a sus seres queridos. Y, además, muchos de ellos vivieron ya años muy duros en su infancia y adolescencia. Algunos conocieron el hambre en los años 40, y casi todos conocieron la miseria. En sus vidas profesionales se enfrentaron a crisis muy duras, como la del 73 (que a España llegó más tarde y se prolongó hasta los 80) o la que siguió a los fastos del 92.

Muchos de nuestros mayores han sido sostén de sus familias, puesto que en muchas de ellas la pensión de los abuelos ha sido el único ingreso fijo durante años. Sin duda alguna, merecían vivir su vejez con más tranquilidad.

En el otro extremo tenemos a los niños y estudiantes. Estos se debaten entre el trauma y la fiesta de no tener que ir al colegio. Para los más pequeños, estar tantos días en casa es una tortura (y también para sus padres). Los estudiantes de primaria y la ESO lo están pasando mejor. Son medianamente conscientes de que van a pasar de curso hagan lo que hagan este trimestre, y se limitan a cumplir con las clases online y los deberes en casa, al tiempo que mantienen algo de vida social a través de los juegos online y las redes sociales. Los de Bachillerato, sobre todo los de segundo, lo tienen más complicado. La sombra de la EVAU y el acceso a la universidad, aún incierto, les mantiene en vilo. Los universitarios calculo que se lo están tomando con más filosofía.

Los que formamos la generación “madura” estamos preocupados, desde mucho antes del coronavirus, por otro problema esencial: la posibilidad de perder el empleo y desengancharnos de la carrera profesional a una edad en la que sea difícil, o imposible, encontrar otro trabajo. Algo que le ha ocurrido ya a muchas personas de nuestro entorno. El coronavirus no hace más que acentuar las arrugas en la frente. No lo hemos tenido tampoco fácil. Muchos sabemos lo que son las estrecheces económicas y algunos salimos al mercado laboral en medio de otra crisis inmensa, la del 93. Pero hasta ahora nos habíamos librado de traumas brutales. No conocimos más guerra en Europa que la de Yugoslavia, a la que asistimos de espectadores, y los grandes hitos históricos de nuestras vidas han sido en general positivos, como la transición a la democracia, la caída del muro de Berlín o la entrada de España en la Unión Europea.

Yo creo que la historia económica reciente está siendo especialmente dura con la generación de los jóvenes profesionales. Muchos de ellos se han estado incorporando al mercado laboral después de la crisis del 2008, una crisis espantosa que dejó sus expectativas personales y profesionales echas unos zorros. Es una generación acosada por la precariedad laboral y la incertidumbre; y muchos de ellos anhelaban alcanzar el estatus de mileurista. Casi lo peor que le podías preguntar a un joven en los últimos años era si tenía planes (cosas como independizarse o formar una familia). Generalmente la respuesta era que todo eso estaba pendiente de conseguir algún empleo mejor o más estable. Ahora, a esa generación, le toca postergar todo otra vez.

Y no, su situación laboral no tiene nada que ver con una supuesta vocación aventurera, sino con un mercado laboral que no ha estado a la altura de su formación y de sus esfuerzos.

Para todas las generaciones está cambiando el horizonte, indudablemente a peor. Esperemos que al menos el proceso de recuperación económica sea lo suficientemente rápido e intenso como para que la crisis se diluya pronto en nuestra memoria.

Finalizamos una semana más sin novedad en el frente.

  
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